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Resulta bastante difícil encontrar, en los tiempos que corren, una figura tan moderna como la del dandi. Una figura que oscila entre la simple vanidad de Narciso y la compleja construcción del carácter, entendido como destino, del mortal que observa la vida y decide hacer de la suya propia una obra de arte.

Se trata, efectivamente, del vestir; del ropaje y las vestiduras con las que uno se acicala, pero también se trata de una moral revolucionaria y pagana centrada en la búsqueda y construcción del propio yo. Frente a un espejo, el dandi nos descubre que no hay Dios. Él es su propio creador. Su salvación, el reconocimiento de los demás; las caras extasiadas de la gente a su paso, ante la revelación instantánea del inmejorable tono e indiscutible elegancia de una propuesta estética que supera los tejidos y nos revela finalmente a un ser fascinante.

El concepto de dandi que ha llegado a nuestros días es un recuerdo borroso de esa figura. La imagen de un señor trajeado, y poco más. En todo caso, un señor trajeado con prendas tipo retro que recuerdan al aristócrata inglés del siglo diecinueve. Es esta una percepción un tanto sesgada de la figura del dandi, claro. Encontrar las piezas que faltan en su descripción es difícil porque a veces esas piezas son tan intangibles como el propio encanto o la confianza que se derrocha al vivir. Un dandi debe ir sobrado de ello. Un dandi atesora tales virtudes; esos ademanes que jamás encontrarán en las mismas tiendas y comercios en los que sí adquirirán esos calcetines así, y ese pañuelo asá.

La elegancia es básica para el dandi. Sin distinción no hay dandi. Pero la elegancia, el concepto de elegancia y el patrón de lo bello es algo mutable, y desde que apareció la figura del dandi en la Inglaterra de finales del dieciocho, ese patrón ha ido cambiando y adaptándose a los tiempos. Las prendas, además, están cargadas de simbolismo. Para Baudelaire –que fue un dandi a su manera bohemia–, el deleite excesivo por el ropaje y la elegancia material del dandi no era más que un símbolo de la aristocrática superioridad de su mente. Un siglo y medio más tarde, en la misma Inglaterra donde se reveló el dandi primigenio Beau Brummel, la elegancia del traje hecho a medida se usó como símbolo de dignidad en los hombros de la joven clase obrera de la posguerra: una vida pulcra en circunstancias difíciles, como diría el célebre mod Pete Meaden. Asimismo, todas las tribus urbanas del siglo XX se diferencian las unas de otras mediante códigos de indumentaria.

Sea con cravats al cuello o con el dobladillo de los vaqueros por fuera, un dandi debe atesorar otras virtudes igual de irrefutables como el dominio de su temperamento, el aplomo, y un modo de expresión elocuente y casi divertido pero siempre despreocupado, alejando del sentimiento y la pasión románticos. El dandi es, también, un ser egoísta y caprichoso, que considera, como decía Oscar Wilde en Un marido ideal, al resto de la gente como bastante espantosa, hasta el punto de creer que la única idea de sociedad posible es uno mismo. La extravagancia es un valor frecuentemente asociado al dandi, cuya puesta en escena suele rozar el exceso. Sin embargo, el dandi siempre da la sensación de controlar ese exceso, y no al revés. Podríamos mencionar ahora a personajes como Andy Warhol, Salvador Dalí y quizá Tom Wolfe para que se hagan una idea de ese dominio de la excentricidad y del juego, ese carácter atrayente y ese aspecto llamativo de quienes están convencidos de que el único culto que merece la pena rendir es el que se siente por uno mismo.

Para terminar, recuerden que no hace falta comprar trajes de cuadritos en su tienda Burberry´s más cercana para convertirse en dandi, ni llevar relojes de bolsillo o adoptar de golpe un interés desmesurado por la caza del pato. No olviden que el dandi se reconoce a sí mismo, aunque no es él quien se proclama tal cosa, y finalmente, y ahora en serio, no olviden jamás que no existe un insulto mayor a la dignidad del ser humano que el chándal. El chándal y las medias barbas. El mundo de hoy no necesita dandis, pero sí necesita un poco más de respeto por sí mismo.

Algunos dandis buenos

Beau Brummel (Asistente del rey Jorge IV. Londres, 1778 – Caen, 1840). El primer dandi fue a Eton y a Oxford antes de unirse como corneta a la décima división de húsares con sólo 16 años. Tras su carrera militar, se ganó el favor del príncipe regente. Brummel cambió el estilo de la moda masculina de la corte, y se convirtió en una destacada figura de la alta sociedad londinense. Sin embargo, acabó perdiendo el favor de la aristocracia y sus despilfarros económicos le pasaron factura –Brummel, a diferencia de sus amistades, provenía de la clase media– y tuvo que emigrar a Francia para evitar la prisión. Murió arruinado a causa de una sífilis.

Charles Baudelaire (Poeta. París, 1821 – 1867). El dandi toxicómano y bohemio. Su principal obra Las flores del mal (1857), donde explora la decadencia pero también el erotismo, está considerada como una de las primeras obras vanguardistas del siglo XIX por la influencia que ejerció sobre el movimiento simbolista y modernista. Además de poeta, Baudelaire fue crítico y ensayista, teórico del dandismo, y una persona activa en la vida cultural francesa de su tiempo. Las dificultades económicas y las enfermedades, unidas a su pasión por el láudano, el opio o la bebida acabaron con él; murió arruinado tras pasar los dos últimos años de su vida semi-paralizado en diferentes clínicas.

Oscar Wilde (Dramaturgo. Dublín, 1854 – París, 1900). Conocido popularmente por la única novela que escribió, El retrato de Dorian Gray (1890), Wilde estudió en el Trinity College de Dublín y en Oxford antes de abrirse camino en la sociedad literaria británica de finales de siglo XIX. Trabajó como periodista y en su obra encontramos poesía, ensayo y relato, además de obras de teatro y novela. Tras enemistarse con el Marqués de Queensberry y de una larga serie de juicios, Wilde acabó en prisión (tiempo que dedicó a leer y a escribir), y cuando salió, dejó Inglaterra y se exilió en Berneval-le-Grand, una comuna de la Normandía francesa, antes de morir tres años después a causa de una meningitis cerebral.

Gabrielle D’Annuzio (Escritor y político. Pescara, 1863 – Gardone Riviera 1938). Este novelista, poeta, dramaturgo, orador y político italiano fue un dandi bigotudo y calvo que se enroló como piloto de guerra voluntario durante la Primera Guerra Mundial, contienda en la cual perdió un ojo. Tras la guerra, su sentimiento nacionalista se acentuó y trató de reconquistar él sólo (él, y algunos escuadrones que le siguieron) la ciudad de Fiume (actual Rijeka, Croacia). Se declaró ‘Duce’ a sí mismo, y aplaudió la invasión de Etiopía. Admirado por algunos movimientos vanguardistas, su obra siempre se vio relacionada con el posterior auge del fascismo. Murió en 1938 de un infarto.

Paul Weller (Músico. Woking, 1958). El líder de The Jam y de The Style Council, y posterior solista, fue en su juventud (y según quien lo sigue siendo) un Adonis que siempre destacó por su energía y pasión por la música pop, el soul… y claro, las vestiduras. Los trajes y el ropaje de inspiración mod. Precisamente, la segunda oleada de mods inglesa le calificó como el modfather (aunque el movimiento mod nació una década y media antes), y, la verdad es que Weller es un creador de tendencias y un dandi. A finales de los ochenta, fue miembro de Red Wedge, un colectivo de artistas que pretendía acercar a las juventudes inglesas al partido laborista para derrocar a la Thatcher. A sus 55 años, sigue en activo.

Swenkas (Tribu Zulú, Sudáfrica). He aquí un caso curioso de dandismo. Se trata de una tribu sudafricana de señores que se dedican a vestir impoluto, a vestir muy bien, y a competir en concursos de elegancia y coreografía. No crean ustedes que estos hombres provienen de alguna zona rica de Sudáfrica, no. Se trata de gente trabajadora con una especial admiración y gusto por la pulcritud y el ropaje. Son, o ya les llaman, los dandis africanos. Así ataviados, los concursantes se juegan su dinero en una especie de fashion show + baile. Si quieren, existe un documental del director danés Jeppe Ronde llamado The Swenkas donde podrán verles en acción. Larga vida al baile.