Charlie Parker_Post

Empecemos por el principio. ¿Y dónde está el principio? En Nueva York, siempre Nueva York, capital mundial del siglo XX. Aquí, y no en otro lugar, fue dónde nació el hipster; el original. El vocablo hipster proviene a todas luces de la palabra “hepcat” (unión de “hep” –o “hip” en ocasiones–, una locución utilizada por los músicos negros de jazz para indicar que alguien “sabía” o “estaba en la onda”, y “cat”, título otorgado al aficionado a la música jazz, y utilizado todavía en la actualidad). Así pues, ya en el simple origen etimológico de la palabra vemos que la música era el epicentro de todo.

 

Con el fin de la Prohibición, la llamada “Ley Seca”, en el año 1933, el mundo del jazz sufrió un fuerte revés: la mitificación subterránea de la escena de clubes desapareció, y de pronto la gente podía beber en sus casas o en locales bien iluminados: el romanticismo se esfumaba. Por si esto fuera poco, la popularización de la radio hizo que no fuera necesario salir del hogar para escuchar música en directo. Pero a principios de los 40, una nueva corriente comenzó a gestarse dentro del mundo del jazz. En contraposición a la tendencia popular del swing, música hecha por y para blancos, los músicos negros más audaces crearon un nuevo estilo más complejo e individualista, alejado de las big bands, y basado en la improvisación y en la utilización de tempos armónicos acelerados: el bebop (o sólo bop). El nuevo estilo sufrió el rechazo inicial de la crítica y el público mayoritario, y sólo podía ser escuchado en sótanos y pequeñas salas, a horas intempestivas y en barrios peligrosos: el romanticismo perdido había vuelto, y el bop se convirtió en un estilo de vida. Los músicos se relacionaban de tú a tú con la gente que se movía por estos sórdidos ambientes: artistas, drogadictos, proxenetas, prostitutas, homosexuales, etc;  los perdidos, los olvidados, los marginados, autodenominados beatniks, o beats.

 

Y aquí llegamos a la otra gran clave del nacimiento del hipster como figura cultural: la facción literaria de los beatniks, la llamada Generación Beat, que fue la que terminó de consolidar y dar relevancia al término. Si hay un nombre icónico entre aquel cúmulo de poetas, narradores y pintores, seguramente sea el de Herbert Huncke, el llamado beatnik original, el eterno enfant terrible, un histórico vagabundo de Times Square, poeta y drogadicto, nihilista y homosexual, y una institución en todos los clubes y tugurios de mala muerte. En palabras de Allen Ginsberg (Beat Memories, The Photographs of Allen Ginsberg): “El eterno superviviente, el pionero de la literatura beat, ladrón adolescente, que nos introdujo a Burroughs, Kerouac y a mí mismo en la escena de drogadicción y marginalidad de Times Square de 1945”. El propio Kerouac, en su novela On the Road, dibuja la personalidad del hipster y lo presenta como un bohemio, un vividor, una persona interesada en la espiritualidad y el arte, cercano casi siempre a los círculos culturales más alternativos, capaz de flirtear con los submundos de la droga y la mendicidad, pero, de nuevo, “alguien que sabía”, alguien que traspasaba los márgenes de la sociedad y trascendía las reglas, con una escala de valores a años luz de la doble moral dominante en USA después de la II Guerra Mundial con Eisenhower a la cabeza. Los jóvenes americanos asolados por la Depresión después de la Segunda Guerra Mundial encontraron en la corriente beatnik-hipster una vía de escape: la posibilidad de enfrentarse al mundo de un modo diferente.

 

Los oscuros sótanos viciados con humo de marihuana donde Charlie Parker, Dizzy Gillespie y Bud Powell (junto a decenas de otros) hacían sudar al público (mayoritariamente blancos) llevándolos a un estado cercano al éxtasis constituían el lugar de reunión del hipster. Un local cerraba, y otro abría, y así hasta el amanecer, y más allá del amanecer, hasta pisos desvencijados o lofts oscuros en los que los últimos rezagados apuraban la poca energía que les quedaba. No había edad para ser hipster. Los jóvenes universitarios pululaban por los sombríos ambientes mezclándose con hombres que podrían ser sus padres, y todos compartían la misma inclinación existencialista de huida de la sociedad. Incurriendo en una necesaria generalización, imperativa para poder situarlo históricamente, se podría decir que los rasgos de carácter más significativos del hipster eran el cinismo y el escepticismo, el endémico espíritu aventurero norteamericano y una conciencia social individualista propia de ciertos pensamientos europeos, un gran interés en el arte y la experimentación y un ansia brutal por escapar de aquel monstruo en pleno desarrollo que era el liberalismo económico.
Pero todo tiene un final, y el fenómeno sociocultural del hipster original terminó: su chispa prendió en los años 40, ardió en los 50 y se apagó en los 60. Charlie “Bird” Parker murió en 1955, y el jazz sufrió un proceso de sofisticación que lo alejó de la sordidez para acercarlo a la élite intelectual y las grandes salas; el boom de la Generación Beat fue breve, y tras la temprana muerte de varios iconos del movimiento (Kerouac y Cassidy, por ejemplo), el término comenzó poco a poco a pasar de moda, para terminar finalmente cayendo en el olvido con la llegada del fenómeno hippie a mediados de los años 60.