Diez de Diciembre_PostPublicados en su día por diferentes medios como The New Yorker o Harper’s, los diez relatos que forman Diez de diciembre vienen a constatar el buen estado de forma de George Saunders (Texas, 1958). El autor juega con los géneros, los puntos de vista y la sintaxis para construir voces asombrosas; mentes dubitativas y conciencias estropeadas que conocemos en profundidad, desde dentro. Prolífico en el plano técnico, donde en realidad se disfruta es en el plano moral. Hay ejercicio de estilo, sí –el hombre es profesor de escritura creativa en la Universidad de Siracusa–, pero ese estilo es solo la herramienta con la que persigue un fin mayor: la emoción; esa necesidad insistente de hacernos sentir el dolor, la incapacidad o la desorientación existencial de sus personajes. El poder devastador de la pérdida (‘Palos’ –el caldo más viejo, un reserva de 1995 nada menos–), la cuestión de estatus o clase social (‘Al Roosten’ entre otros) o las familias desestructuradas (‘A casa’) son algunos de los temas en los que Saunders nos sumerge, empleando para ello todo tipo de piruetas que no son taconazos de cara a la gradería, pero que de entrada pueden resultar algo intrincados.

A esa realidad suburbana y desalentadora no le espera, además, un futuro mejor. Como en Huxley, Saunders desconfía del progreso tecnológico. Un ejemplo es ‘Escapar de la Cabeza de Araña’, donde tira de ciencia ficción para contar la historia de unos científicos que tratan de monitorizar el amor mediante el uso de fármacos. En ‘Los diarios de las Chicas Sémplica’, que es una especie de episodio de Black Mirror en formato epistolar, a ese futuro distópico se le añade el sufrimiento del padre que tiende a sobreproteger a sus hijas debido al complejo de clase, y les regala, menuda imagen, unas mujeres –se intuye que inmigrantes– que funcionan como meros adornos de jardín. Y si le viene en gana, además, puede ponerse southern gothic y, como en ‘Vuelta de Honor’, contarnos la historia de un chico que observa como su hermosa vecina está a punto de ser raptada por un violador tan perturbado como incompetente. Y hay más. ‘Exhortación’, por ejemplo, reproduce el cinismo y las sutiles amenazas a que se ve expuesta la clase trabajadora mediante el discurso de un empresario que demanda a sus trabajadores sonrisas y actitudes positivas.

En conjunto, y aunque estén destinados a perder, sus personajes tratan de hacer el bien y esas buenas aspiraciones sirven para mostrarnos unos resquicios de humanidad que funcionan como un grito de auxilio en el asfixiante mundo que nos ha tocado vivir. Comparado no sin razón con Vonnegut, Saunders hace gala de un humor oscuro, excéntrico y fatalista que trata de alertarnos de las funestas horas que nos esperan.