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Según el diccionario de la RAE, la nostalgia es la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una pérdida, algo que experimentamos cuando miramos un álbum de fotos, una caja escondida en el fondo de un trastero o vemos a una persona a la que habíamos perdido la pista. Pues bien, hoy en día, tanto los agentes que nos producen esa nostalgia como el tiempo discurrido entre el hecho mismo y el momento en el que este se convierte en morriña parece reducirse de manera inconcebible. Ya no son las fotos de la primera comunión sino las del último verano las que nos hacen entrar en ese estado de melancolía que parece abalanzarse cada vez más rápido a nuestra mente. Pero lo que es más revelador, también nuestra rutina diaria nos produce un estado de añoranza antes insospechado, y es que, sin irnos muy lejos en el tiempo, el panorama tecnológico ha variado de una forma apabullante desde hace menos de una década hasta el día de hoy. Sería preciso realizar un ejercicio de memoria para darnos cuenta de que allá por el año 2005, cuando los smartphones todavía no existían prácticamente ni en nuestra imaginación, utilizábamos los chats para comunicarnos. Plataformas como Messenger comenzaban a introducirnos en ese mundo tan público y a la vez tan introspectivo del que hoy día parece casi imposible salir.

Estas sensaciones tan nuestras forman la idea principal sobre la que diversos artistas basan su trabajo, algunos como el joven canadiense Michael Swaney no cejan en su empeño por demostrarnos esa pequeña línea existente entre lo actual y lo pasado de moda y como las tendencias cada vez se precipitan más a través de la enorme cascada informativa de la que somos víctimas. Nos rebautiza como la sociedad posinternet, esa sociedad en la que una cantidad ingente de anglicismos han perturbado nuestro paisaje habitual. You Tube, WhatsApp, Google, Facebook, Dropbox, han sustituido de manera casi instantánea a otras como MySpace o Hotmail. Su arte se asemeja bastante a un estudio antropológico, mostrándonos la manera por la cual hoy en día seleccionamos la información que decidimos que va a conformar nuestra idea personal del mundo, información que, por supuesto nos llega de forma totalmente desordenada y subjetiva y que nosotros debemos diseccionar y asimilar y que, aunque nos parezca una tarea sencilla, cada vez lo es menos. Porque antes podíamos leer las noticias en un puñado de periódicos y revistas que sosteníamos con nuestras manos, no como ahora que nos basta con 160 caracteres para sentirnos ampliamente enterados de cualquier asunto.

Con todo esto, una de las obsesiones más acusadas en el ser humano es la de registrar el paso del tiempo. Estamos de acuerdo en que uno de los medios más extendidos es la fotografía, sin embargo, son los pequeños objetos que se mantienen escondidos durante años y que surgen inesperadamente los que nos trasladan repentinamente a un tiempo anterior. Billetes de metro que en algún momento sirvieron como improvisados marcapáginas, entradas de cine perdidas en el bolsillo de un abrigo o monedas extranjeras que sobraron de algún viaje nos relatarán de alguna forma nuestras experiencias vividas, esos momentos que recordamos solo vagamente y que con ayuda de estos objetos nos resistimos a olvidar definitivamente.

En definitiva, algo así como nostalgia es lo que me ha sobrevenido cuando, como resultado de un ejercicio de deriva a través de la red, he caído en algunos de los primeros números de Flic y he redescubierto La Escocesa, a Jorge Rodríguez Gerada, a Neil Panter…