Libro - Como vivimos_PostAunque sólo sea para darnos cuenta de lo cínicos que nos hemos vuelto pensando en lo inteligentes que somos, hay que leer a William Morris. Aunque sea, sólo para que constatemos cómo nuestra capacidad de imaginación y de sorpresa ha sido aniquilada (¡por la hegemonía!, que diría Gramsci) creyendo que sabemos cómo funciona todo. Esa vanidosa y precoz autosuficiencia, el peligroso reverso del hombre contemporáneo, que se manifiesta cuando un día oyes negar el valor y la belleza de la filosofía y las ideas; y encima, con frecuencia echando mano del manido argumento nada-va-a-cambiar. No se trata de creer lo contrario, ni de seguir a rajatabla el modelo ciertamente onírico de sociedad socialista que propone Morris  – propuesta que por otro lado tiene muchas cosas buenas: cooperación, moral libre de teologías, la belleza como objetivo innegociable de cualquier actividad –, se trata, simplemente y en definitiva, de no ser tan capullos.

En efecto, al leer estas conferencias, cualquiera podría despacharse y asegurar con vehemencia que se trata de una utopía. Con todo, la utopía de William Morris puede que tenga de irrealizable lo mismo que esos índices macroeconómicos que nadie entiende pero según los cuales viviremos mejor. Ése era, precisamente, el interés del autor: encontrar un sistema de organización social que nos beneficiase A TODOS; que nos permitiese realizarnos, mediante nuestro trabajo, no sólo espiritual sino también físicamente. Y para ello, volcó todo su ingenio y su pasión como poeta para crear un escenario ideal donde operan valores muy distintos a los que propone el sistema actual (al que Morris tildó de “canibalismo”) tales como la asociación – en lugar de la competencia – o la artesanía – en vez de las cadenas de montaje –. Un mundo epicúreo en el cual, como decía Estela Schindel en la introducción, “la técnica es además un modo de ética y no el altar erigido al progreso donde sacrificar la propia humanidad.” La lectura de esta ensoñación, se lo digo ya, es muy gratificante y además educativa.

Morris tuvo que ser un gran tipo, ya ven. Un humanista desgraciado, pues fue a nacer en la fea y sucia Inglaterra victoriana que consolidó el capitalismo industrial; un cisco de mundo, ya me dirán, donde la higiene brillaba por su ausencia. Su odio hacia la civilización moderna viene de ahí, y de su propia cultura y ética artesana. Morris se dedicó al diseño textil y a las artes decorativas, pero también a la literatura y en especial a la poesía y a la traducción de grandes obras medievales. Su fama, en este terreno, le llegó sin embargo al convertirse, con la novela Noticias de Ninguna Parte (1890), en el dinamizador del género fantástico que más tarde explorarían autores como Tolkien, y que como saben, hoy está bastante en boga.

A pesar de nacer en el seno de una familia acomodada, a medida que pasaban los años Morris fue  acercándose al socialismo, hasta el punto de fundar, en 1885 y entrado en la cincuentena, la Socialist League, una escisión filo-marxista del partido socialista inglés de la época. El grupo contaba con el apoyo de gente como el propio Friedrich Engels o la hija de Marx, y Morris decidió incluso abrir un periódico – el Commonweal – y costearlo de su propio bolsillo. Hacia finales de década, sin embargo, un desencuentro con otros dirigentes que viraban hacia posiciones más anarquistas llevó a Morris al desencanto, de modo que abandonó el partido y se centró en la escritura (de novelas fantásticas) hasta el fin de sus días. Las conferencias que leerán en este volumen – recuperadas por la editorial Pepitas de Calabaza: lo mejor de Logroño desde el Tato Ababía – pertenecen a la gloriosa etapa filosófico-política de Morris en la Socialist League; la etapa en que sus ensoñaciones de prerrafaelita y medievalista se mezclan con su gran capacidad imaginativa y su talento de arquitecto y diseñador para crear un mundo ideal: una utopía socialista hermosa a la cual – y esto es lo mejor – se llegará un día mediante la LUCHA DE CLASES. Es el único modo, defendía Morris por activa y por pasiva, con esa mezcla de filantropía y confianza en la consecución final e inexorable de la revolución obrera, vociferando desde los púlpitos de las universidades inglesas. Sí, dan ganas de salir a la calle a incendiar cosas y bancos.

Otro inglés, también genial y también vociferante, lo expresó así de macanudo, más o menos un siglo después, en su canción Walls come tumbling down: I know we’ve always been taught to rely / upon those in authority / but you never know until you try / how things just might be / if we came together so strongly.